miércoles, mayo 06, 2009

UNA VISIÓN DIFERENTE



Un mundo onírico o una pesadilla real. Lo fantástico puede ser verosímil. La fantasía puede tener aspecto cotidiano. Lo interesante en las obras de un creador es que tenga un universo propio. Y la película “Miedo que estremece” de Oscar M.Ramos y Alfonso de Lucas traslada al espectador a un viaje: ¿A un mundo futuro?, ¿Al presente en otra dimensión? O quizá a la metáfora de una sociedad actual “vampirizada” por la pasividad de las almas y la iniciativa de los crueles.

Uno tiene la sensación de que reconoce las actitudes y el vértigo existencial que transmite el visionado de la cinta. Uno empieza a sentir el miedo, no como resultado del asalto de los depredadores humanos si no que la desprotección ante una vorágine incontrolable y de la propia ansiedad que genera un mundo acelerado.
La estética de “Miedo que estremece” remite en ocasiones a la filmografía de Jess Franco. En otros momentos al hiper-realismo de un Almodóvar incipiente. En algún instante tiene tintes documentales como la fenecida corriente dogma. Pero, ante todo, es un cine de autor. O lo que resulta más complejo aún: Un cine de autores.

Y es que tiene mucho de experimental. En primer lugar, los actores no tenían conciencia de todo el guión ni hacia donde avanzaba la historia. Con esta estrategia, los directores pretendían que los intérpretes no tuviesen una visión completa de las acciones. Sólo la de sus personajes. Conocían gradualmente su evolución pero ignoraban qué sucedía en las escenas en las que no estaban presentes. De esta manera, mantenían la inocencia sobre la evolución se los acontecimientos. Como en la vida.

Otro sello distintivo es que los directores no pretendieron encontrar un punto de acuerdo, si no respetar sus modos de narrar. Alfonso de Lucas con sus escena explícitas de violencia y agresión, la exhibición vouyerista de las mujeres y los subrayados surrealistas de los registros. Oscar María Ramos con los diálogos abiertos, los impactos de estética kitch y las sorpresas fantasmagóricas.

Porque los personajes son ambiguos, asfixiantes y turbios. Y la proliferación de actrices temperamentales resulta un duelo curioso.

Pero el tercer postulado que consagra el “estilo propio” de la película es el osado reto de convertirla en un musical atípico.

Las canciones son brillantes, cargadas de ironía y de parodia. Los video-clips que las acompañan están empañados de creatividad. Temas originales que interpretan con valentía los actores, seres absolutamente entregados a la fe ciega del sueño imaginado por Ramos y De Lucas que se concreta en el delirio de “Miedo que estremece”. Difícil de clasificar. Muy arriesgada, incluso con la exhibición de sus errores, pero fruto del deseo de un colectivo que “desea contar”. Y el deseo y la necesidad son un motor fundamental para el arte.